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25 abril, 2024

Vivir Bien

Dios envío a su hijo para salvarnos:Monseñor Gerardo De Jesús Rojas

Fe, con formulación antigua pero siempre vigente, es "creer lo que no se ve". Ya San Agustín concluía: "y la recompensa es ver lo que uno cree". En este día, en el Misterio de la Santísima Trinidad, ensalzamos, sentimos, palpamos y proclamamos el inmenso amor de Dios que, lejos de quererlo para sí, lo comparte, lo manifiesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Dios es amor! Y lo declaramos en ese trípode de tres personas distintas pero con un común denominador: el amor que existe en todas ellas.

Ese color, el amor, define este Misterio indescifrable pero que llega a lo más hondo de nuestras entrañas: ¡Dios es familia! ¡Dios es comunicación mutua! ¡Dios es comunidad! Hoy, al cantar la gloria de la Trinidad, proclamamos que en su nombre hemos sido bautizados; que todos los sacramentos que edifican a la Iglesia los iniciamos invocando su presencia; que toda la vida de nuestra Iglesia, y de nuestra existencia cristiana, está precisamente marcada por este Misterio: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

¡Dios es amor! Y en esta solemnidad, vemos que lo penetra y lo abarca todo. Dios se hace Padre, Cristo se hace hermano, y el Espíritu comparte hasta el último día de nuestra vida. ¿Puede ofrecer y enseñar más la Santísima Trinidad? ¡Sí! Puede, y lo sigue haciendo: un amor sin fronteras, sin fisuras, sin contraprestaciones, sin pedir nada a cambio. Dios, en su ser Trinitario, nos regala un impresionante don: la unidad. Quien proclame la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu, a la fuerza deberá trabajar para que su vida sea fraternidad, comunión y reconciliación.

Es fácil cantar, signar y anunciar este Misterio Trinitario. Es más difícil llevarlo a la práctica. ¿Qué sentido tiene vivir en comunidad cuando "yo soy yo"? Son interrogantes que, al contrastarlos con la Trinidad de Dios, concluimos que nos cuesta ser familia; compartir sueños y utopías; guardar la comunión armonizada por la batuta de un amor sin límites. Hoy no puede ser de otra manera, damos gracias a Cristo porque a través de Él comprendemos, tocamos y amamos la grandeza de Dios. Hoy, y así lo debemos de hacer siempre, nos senparatimos seducidos y empujados por el Espíritu para ser valientes cristianos; a no dejarnos arrebatar ni menospreciar verdades de fe que son el sustrato de nuestro "abc" cristiano. Hoy, al contemplar la Trinidad de Dios, nos incorporamos con Cristo, por Cristo, en el Espíritu, y por el Espíritu a esa gran familia en la que el Padre siempre tiene un lugar para cada uno de nosotros.

Muchas cosas hemos celebrado en este tiempo de la Pascua. Hoy aún con el fuego de Pentecostés ardiendo en lo más hondo de nuestros corazones, sentimos que la intimidad de Dios nos es revelada en esta fiesta de la Santísima Trinidad. Preguntaban a San Juan Evangelista en su ancianidad: "Dinos algo sobre Dios…" Y el discípulo amado de Jesús respondía: "¡Dios es amor! ¡Ámense, hermanos!" ¡Gloria a la Trinidad! El libro del Éxodo nos narra hoy uno de esos encuentros íntimos entre Yahvé y Moisés. Encuentro del hombre con Dios en el que la ínfima pequeñez de la naturaleza humana entra en relación con la infinita grandeza del Altísimo.

Misterio profundo de este Dios nuestro, Uno y Trino, esencialmente amor, comunicación permanente de benevolencia.

Tres divinas personas que se aman desde toda la eternidad.

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El Padre, que engendra al Hijo, y el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.

Una sola naturaleza divina y tres divinas personas, que no son tres dioses sino un sólo Dios. Iguales en todo, en la divinidad, en la gloria, en la majestad. Como es el Padre así es el Hijo y así el Espíritu Santo: increado, inmenso, eterno, omnipotente.

En la Santísima Trinidad nada es mayor o menor, sino que las tres personas son coeternas entre sí e iguales.

Dios es compasivo, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, en amor y fidelidad, en bondad y en verdad.

Ante este profundo misterio de amor que eres Tú, mi Dios Uno y Trino, sólo nos queda postrarnos por tierra. Moisés se siente anonadado ante la infinita grandeza de Dios, ante ese misterio indescifrable que es el amor divino. Ese amor que es fuerte y abrasador, grande hasta los celos, ese amor siempre vivo, esa bondad que no conoce la traición ni el olvido, ese cariño que permanece eternamente el mismo, siempre fiel y leal, misericordia que se repite de generación en generación.
 

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