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28 marzo, 2024

Vivir Bien

La cosecha del sembrador

San Mateo: 13, 1-23

Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: "Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga".

Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará.

Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.

En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.

Pero dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron.

Escuchen, pues, ustedes lo que significa la Parábola del Sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Ésto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.

Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.

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Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.

En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta".

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
 


Salió el sembrador a sembrar y, encontró a gente como nosotros. Y por si no nos hemos dado cuenta, nosotros, somos campo y sembradores a la vez.

Desde el día de nuestro Bautismo, el Señor, puso en nosotros la semilla de la fe. A continuación, con el paso de los años, en el campo de nuestra vida espiritual, el Señor ha ido depositando, una y otra vez, simientes de su amor, de su Eucaristía, del Sacramento de la Reconciliación.

¿O es que, los sacramentos, no son semillas de las buenas, de esas que crecen y nos hacen fuertes frente a tantas adversidades? Pero, como en los campos castigados por la sequía o por la cizaña, también con nosotros ocurre algo parecido: o queremos y no podemos, o dejamos malograr aquello que Dios depositó en lo más hondo de nuestras entrañas.

¿Qué tal va la cosecha? Nos pregunta el Señor en este domingo. Que ¿qué tal va, Señor? ¡Aquí nos tienes! Lo intentamos; queremos ser de los tuyos, pero somos muy nuestros; queremos dar la cara por ti, pero tenemos miedo a que nos lastimen; nos gustaría anunciar tu Reino, pero preferimos sentarnos frente al televisor y dejarnos seducir por los anuncios de bienes pasajeros.

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Es así, amigos; nuestra vida cristiana ha estado muy acostumbrada a recibir. ¿Y cuándo vamos a dar? ¿Cómo San Pablo, sabemos de quién nos hemos fiado? Un campo, como el de los cristianos, no puede estar en permanente vacación.

Mejor dicho; una vida, como la de los cristianos, no puede conformarse con mirar hacia el cielo; con esperar a que todo se nos dé hecho.

Hemos recibido mucho y, en justicia y por contraprestación, por amor a Dios y por coherencia, hemos de brindar algo de lo mucho que Dios nos da. ¿Lo intentamos? Un campo, el espiritual, que no se cuida, el día de mañana nos pasa factura. Sí; es verdad. Tenemos que hacer todos, algo más. ¡Hemos recibido tanto! ¡No podemos guardar, el tesoro de la fe, en el banco de nuestros propios intereses! No podemos consentir que, la semilla de la fe, se pierda por falta de interés, por timidez, por falsas vergüenzas o, simplemente, porque ya no nos hemos preocupado de regalarla con el abono de la oración, la Palabra de Dios, la caridad o la Eucaristía dominical. Por cierto, hoy más que nunca, el sembrador sigue mirando y saliendo a sus campos. El Señor, sigue observando a los creyentes y ¡cuánto espera de ellos! ¡Cuánto espera de nosotros! ¿Estamos dispuestos hacer algo por Cristo? Para muestra un botón; miremos a nuestro alrededor.

¡Cuántas almas secas! ¡Cuántos corazones que palpitan con todo y de todo, menos con Dios! ¡Cuánto maligno disfrazado de bienestar aparente! Si, amigos; a tiempos difíciles cristianos valientes y convencidos.

En tiempos de incredulidad; hombres y mujeres que sepan en quién creen, por qué y para qué. Hay que huir del "cristiano bajo mínimos" y lanzarnos con todas las consecuencias, con audacia y entusiasmo, a la siembra de Cristo en el mundo. Y es que, un domingo más, sale el sembrador y malo será que nos encuentre al "0" por ciento.

Esta parábola del sembrador que leemos hoy en el Evangelio según San Mateo debe servirnos a cada uno de nosotros para examinar nuestra vida espiritual. La Palabra de Dios que oímos y escuchamos tan frecuentemente, ¿produce en nosotros frutos de vida cristiana? ¿Produce el ciento, o el sesenta o el treinta por ciento? No se trata sólo de escuchar, o de rezar vocalmente, o de leer de vez en cuando el Evangelio, o de llevar una vida más o menos cristiana. Para un buen cristiano, escuchar la Palabra de Dios debe llevarle hasta el seguimiento radical de Cristo, hasta identificarse espiritualmente con Cristo, a pesar de todas las dificultades y obstáculos corporales, psíquicos y sociales de la vida presente. Escuchemos esta parábola del sembrador con atención y meditémosla con humildad, pidiéndole a Dios que nos dé un corazón dócil para recibir eficazmente su Palabra.
 

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