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24 abril, 2024

Vivir Bien

Reflexión dominical, ‘Las llaves del cielo’

Evangelio según san Mateo: 16, 13-20
 
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".

Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le dijo entonces: "pichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
 
 
OBISPO
 
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Probablemente Jesús formula la pregunta sobre su identidad en Cesarea, ciudad situada en la costa mediterránea y reconstruida por Filipo, hijo de Herodes el Grande. Lo hace en territorio semipagano y rodeado de sus discípulos. Estos tratan de dar una respuesta comenzando por lo que opina la gente de fuera de la comunidad. Sólo los que están dentro son capaces de responder adecuadamente. Y lo hace Pedro, como portavoz de los discípulos. Acierta plenamente cuando dice "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Probablemente en aquel momento no sabía lo que decía, pero acierta.

También nosotros acertamos cuando repetimos de memoria lo que hemos aprendido en el catecismo sobre la divinidad de Jesús. Pero no es eso lo importante, lo que cuenta de verdad es si sabemos lo que decimos cuando decimos las palabras del Credo relativas al Hijo de Dios. Y sobre todo si lo que decimos con los labios lo seguimos con el corazón. La pregunta que hizo Jesús a sus discípulos nos la hace hoy a cada uno de nosotros: "¿Y tú, quién dices que soy yo?".

Traducido en palabras más fáciles y concretas: "¿para ti, quién soy yo?". Para responder de verdad examina tu vida y contempla: ¿qué lugar ocupa en tu vida, en tus proyectos, en tus actos, en tu proyecto personal, Jesús de Nazaret? Porque no te está preguntando cuánto sabes de Él, sino qué importancia tiene en tu vida.

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Dicen que un hombre contaba emocionado su experiencia de Jesucristo. Entonces un amigo le dijo: "Puesto que conoces a Jesús, sabrás decirme muchas cosas de El: dónde nació, en qué país vivió, qué trabajo tenía, cómo era su familia, qué es lo hacía o decía". Pero nuestro hombre no sabía qué decir. Simplemente, respondió así: "Mira, yo antes era un alcohólico, maltrataba a mi mujer y a mis hijos, perdí mi trabajo… Pero desde que conocí a Jesucristo dejé la bebida, encontré otro trabajo y en mi casa hay una gran paz. Esto se lo debo a Jesucristo, y esto es lo que yo conozco de Él". Este hombre respondió muy bien a la pregunta de Jesús, porque lo hizo con su vida, no con teorías. Todos necesitamos tener experiencia de Jesucristo, un encuentro con Cristo vivo. 

Si somos sinceros hemos de reconocer que todavía no estamos convertidos a Jesucristo, porque todavía Jesús de Nazaret no ha entrado en nuestra vida. Tenemos un barniz de cristianos. Gandhi dijo que nos parecemos a una piedra arrojada al fondo de un lago. Por fuera parece que está mojada, pero el agua no ha penetrado sus poros. Así ocurre con nosotros cuando no dejamos que la Palabra de Dios penetre en nuestro interior y cuestione nuestra vida. Necesitamos tener experiencia de Jesucristo. 

Jesús no pasó desapercibido entre la gente de su tiempo. Todos hablaban de él, los de arriba y los de abajo. Unos a favor y otros en contra. Algunos le llegaron a llamar endemoniado y blasfemo, otros lo confundían con Elías, el gran profeta de Israel. Tanto unos como otros estaban equivocados. También hoy se habla de Cristo y de su obra, la Iglesia. A favor y en contra. Y con frecuencia se aplican en esos juicios unos criterios inadecuados, se emplea una visión materialista y temporal que no llega ni a intuir la grandeza divina del Señor y la naturaleza sobrenatural del misterio de la Iglesia.

En esta ocasión que consideramos, san Pedro, movido por Dios Padre, exclama entusiasmado y seguro: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Con ello nos ofrece la clave para entender a Jesucristo y a la Iglesia. Sólo desde la perspectiva de la fe se puede entender la verdadera naturaleza del mensaje que Jesús ha traído, la salvación que él ha iniciado con su muerte en la cruz y que la Iglesia proclama y transmite a los hombres de todos los tiempos. Y en esa Iglesia, en ese Pueblo de Dios, un jerarca supremo. En esa casa de Dios una piedra de fundamento. En ese rebaño un pastor. En esa barca un timonel. En ese cuerpo una cabeza visible. En ese reino un soberano pontífice.

Es cierto que el único Sumo Pontífice es Cristo Jesús, el único Rey, la Piedra angular, el Buen Pastor, la única Cabeza. Sin embargo, el Señor quiso que su Iglesia fuera una sociedad visible y organizada, con una jerarquía y un supremo jerarca, un pueblo, el Nuevo Israel, regido por Pedro y los otros once apóstoles, por sus sucesores cuando ellos murieron, el papa y los obispos de todo el mundo en comunión con la Sede romana. Así lo quiso Jesucristo, así ha sido, así es y así será. Es cierto que hay quien lo discute, quien lo niega o lo ridiculiza. Pero es inútil. La Iglesia, por voluntad de su divino fundador, es así y sólo así seguirá adelante, pues según la promesa divina los poderes del Infierno no prevalecerán contra ella. Por eso la barca de Pedro continuará navegando hasta llegar al puerto de la salvación. Y sólo los que, de una forma u otra, estén dentro de esa barca, se salvarán.

Pero ¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Jesús no preguntaba por mera curiosidad. Lo que a Jesús le importaba, lo que Jesús de verdad quería saber, era cuál era la reacción de sus discípulos ante lo que la gente estaba opinando en aquel momento sobre su persona. La respuesta de “la gente” de su tiempo, en general, ya la conocía él de antemano: unos le comparaban con Elías, otros con Juan el Bautista, otros con alguno de los profetas. También sabía Jesús que, en cambio, para los fariseos, letrados y sumos sacerdotes, él era realmente un estorbo al que había que eliminar. Todo eso, ya lo sabía Jesús de antemano. Pero sus discípulos ¿cómo estaban reaccionando ante todas esas opiniones que ellos oían y veían todos los días? La preocupación principal de Jesús era la respuesta de sus discípulos ante la opinión de “la gente” y de los jefes religiosos y políticos de su tiempo.

Yo creo que también hoy a Jesús lo que más le interesa es la reacción de los cristianos, de nosotros sus discípulos, ante la opinión que tiene la sociedad actual sobre su persona y misión. Hoy gran parte de nuestra sociedad tiene una buena opinión sobre Jesús de Nazaret y una opinión no tan buena sobre nosotros, sus discípulos. No conozco ahora estadísticas concretas sobre esto, sobre qué opina “la gente” actual sobre Jesús de Nazaret y sobre la Iglesia de Jesús. Se oye decir con frecuencia a bastantes personas que a ellas Jesús sí les convence, pero que su Iglesia no. Esto es algo muy grave para nosotros, los que queremos ser miembros vivos de la Iglesia de Cristo; por eso debemos reflexionar sobre esto y hacer un sincero examen de conciencia.

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En general la gente opina sobre Jesús influenciada por el modo de hablar y actuar que tienen los cristianos a los que ellos conocen. Según el modo de actuar de los cristianos de a pie y según el modo de hablar y actuar de los que gobiernan la Iglesia. De ahí la responsabilidad grande que tenemos todos los cristianos de actuar de tal manera que la sociedad en la que vivimos pueda ver en Jesús a la persona que él realmente fue: el Hijo de Dios, su predilecto, tal como el mismo Dios nos lo dijo en la teofanía del Bautismo de Jesús y en la Trasfiguración de Jesús en el monte Tabor. A esto debemos aspirar todos los cristianos, los fieles en general. Que no sólo nosotros, sino también la sociedad actual pueda responder como respondió Pedro: “!Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”.
 

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