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29 marzo, 2024

Vivir Bien

¿Quién es capaz de obedecer a Dios?

Del santo Evangelio según san Mateo: 21, 28-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: "¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: 'Hijo, ve a trabajar hoy en la viña'. Él le contestó: 'Ya voy, señor', pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: 'No quiero ir', pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?". Ellos le respondieron: "El segundo".

Entonces Jesús les dijo: "Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él".

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El contexto del evangelio de Mateo en el cual se encuentra esta parábola es el de la tensión y el del peligro. Después del Discurso de la Comunidad (Mt 18, 1-35), Jesús se aleja de la Galilea, atraviesa el Jordán e inicia su último viaje hacia Jerusalén. Mucho antes Él había dicho que debía andar a Jerusalén para ser apresado y muerto y después resucitar. Ahora ha llegado el momento de subir hasta la Capital y afrontar la prisión y la muerte.

Habiendo llegado a Jerusalén, Jesús se convierte en motivo de conflicto. Por un lado el pueblo que lo acoge con júbilo. Hasta los niños lo acogen cuando, en un gesto profético, expulsa a los vendedores del templo y cura a ciegos y cojos. Por el otro lado los sacerdotes y doctores que lo critican. Piden ellos que mande a los niños que cierren su boca (Mt 21, 15-16). La situación es tan tensa, que Jesús debe pasar la noche fuera de la ciudad. Mas al día siguiente, muy de mañana, regresa y sobre la calle que lleva al templo maldice a una higuera, símbolo de la ciudad de Jerusalén: árbol sin fruto, sólo con hojas (Mt 21, 18-22).

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Después entra en el templo y comienza a enseñar al pueblo. Mientras está hablando al pueblo llegan las autoridades para discutir con Él y Jesús les hace frente uno por uno: los sumos sacerdotes y los ancianos, los fariseos, los discípulos de los fariseos y de los herodianos, los saduceos, los doctores de la ley. Finalmente Jesús hace una larga y durísima denuncia contra los escribas y fariseos y una breve y trágica acusación contra Jerusalén, la ciudad que no se convierte.

Es en este contexto cargado de tensión y peligro, cuando Jesús pronuncia la parábola de los dos hijos que estamos meditando. Jesús les dice: ¿Qué les parece? La pregunta es provocativa. El pide a sus oyentes que presten atención y den una respuesta. En el contexto en el que se encuentra la parábola, los oyentes invitados a decir su opinión son los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. Son los mismos que, por miedo del pueblo, no han querido responder a la pregunta sobre el origen del bautismo de Juan el Bautista: si venía del cielo o de la tierra. Los mismos que después buscarán un modo de apresarlo.

Jesús narra el caso de un padre de familia que dice al primer hijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". El joven respondió: "Voy", pero luego no fue. El padre dice la misma cosa al segundo hijo. Este responde: "No voy", pero luego fue. Los oyentes, también ellos padres de familia, debían conocer este hecho por experiencia propia. ¿Cuál de los dos hijos ha hecho la voluntad del padre? Aquí Jesús termina la parábola aclarando la pregunta inicial. La respuesta de los sacerdotes y de los ancianos surge rápida: ¡El segundo! La respuesta brota pronto porque se trataba de una situación familiar bien conocida y evidente, vivida por ellos mismos en su propia familia y, muy probablemente, practicada por todos ellos (y también por nosotros) cuando eran jóvenes. Así, en la realidad, la repuesta era un juicio, no sobre los dos hijos de la parábola, sino sobre ellos.

Respondiendo el segundo, ellos daban un juicio sobre sus propias conductas. Porque, en el pasado, muchas veces habían dicho al padre: "No voy", pero bajo la presión del ambiente o del remordimiento, terminaban por hacer lo que el padre pedía. En la repuesta ellos se muestran como si fuesen hijos obedientes. Ahora, y en esto consiste exactamente la función o "la trampa" de la parábola: llevar a los oyentes a sentirse comprometidos en la historia, para que, usando como criterio la propia experiencia de vida, hagan un juicio de valor frente a la historia narrada en la parábola. Este juicio funcionará enseguida como clave para aplicar la parábola a la realidad. El mismo procedimiento didáctico se verifica en las parábolas de la viña y la de los dos deudores.

Usando como clave la respuesta dada por los mismos sacerdotes y ancianos, Jesús aplica la parábola al silencio pecaminoso de sus oyentes de frente al mensaje de Juan Bautista. La respuesta que habían dado se convierte en la sentencia de su misma condena. En línea con esta sentencia los publicanos y las prostitutas son aquéllos, que inicialmente, habían dicho no al padre y que luego habían terminado por hacer la voluntad del padre, porque habían recibido y aceptado el mensaje de Juan Bautista, como proveniente de Dios. Mientras ellos, los sacerdotes y ancianos, son aquéllos, que inicialmente habían dicho sí al padre, pero no habían hecho lo que el padre quería, porque no quisieron aceptar el mensaje de Juan Bautista, ni siquiera delante de tanta gente que lo aceptaba como mensajero de Dios.

Así, por medio de la parábola, Jesús lo cambia todo: aquéllos que eran considerados transgresores de la ley y condenados por esto, eran en verdad los que habían obedecido a Dios e intentaban recorrer el camino de la justicia, mientras los que se consideraban obedientes a la ley de Dios, eran en verdad los que desobedecían a Dios. El motivo de este juicio tan severo por parte de Jesús está en el hecho de que las autoridades religiosas, sacerdotes y ancianos, no querían creer que Juan Bautista hubiese venido de parte de Dios. Los publicanos y las prostitutas, por el contrario, lo habían creído. Esto significa que para Jesús la mirada contemplativa o sea, la capacidad de reconocer la presencia activa de Dios en las personas y en las cosas de la vida no estaba en los sacerdotes y mucho menos en los jefes, sino en las personas despreciadas como pecadores e impuros.

Se puede entender por qué estas autoridades decidieron prender y matar a Jesús, de hecho, "oyendo esta parábola entendieron que Jesús hablaba de ellos" (Mt 21, 45-46). Quien quisiese aplicar esta parábola hoy, provocaría, probablemente, la misma rabia que Jesús provocó con su conclusión. Hoy sucede lo mismo. Prostitutas, pecadores, pobres, ignorantes, mujeres, niños, laicos, laicas, obreros, indios, negros, presos, homosexuales, enfermos del sida, drogados, divorciados, sacerdotes casados, herejes, ateos, trabajadoras, madres jóvenes, parados, analfabetos, enfermos, es decir, todas las categorías de personas que son por lo general marginadas, como no perteneciente al círculo religioso, estas personas, muchas veces, tienen una mirada más atenta para percibir el camino de la justicia, que la que conseguimos los que vivimos todo el día en la iglesia y formamos parte de la jerarquía religiosa. Por el hecho de que una persona pertenece a una jerarquía religiosa, no por esto posee la mirada pura que permite percibir las cosas de Dios en la vida.

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Jesús tenía una nueva manera de enseñar al pueblo y de hablar de Dios. No era una persona que había estudiado (Jn 7, 15). No había frecuentado, como el apóstol Pablo ( Hechos 23, 3) la escuela superior de Jerusalén. El provenía del interior, de Nazaret, un pequeño pueblo de la Galilea. Ahora, llegando a Jerusalén, sin pedir permiso a las autoridades, este carpintero de Galilea, había comenzado a enseñar al pueblo ¡en la plaza del templo! Decía cosas nuevas. ¡Hablaba de un modo diverso, divino! El pueblo estaba impresionado por el modo de enseñar de Jesús: "Una nueva doctrina. Enseñada con autoridad. Diferente de los escribas". Enseñar era lo que más hacía Jesús, era su costumbre.

Muchas veces los evangelistas dicen que Jesús enseñaba. Aunque no siempre dicen el contenido de la enseñanza, no es por que no tuviese interés el contenido, sino porque el contenido aparece no sólo en sus palabras, sino en sus gestos y en la misma manera de comportarse con el pueblo. El contenido nunca está desligado de la persona que lo comunica. La bondad y el amor que aparecen en sus gestos y en su manera de estar con los otros son parte del contenido.

Jesús acostumbraba a enseñar por medio de parábolas. Tenía una capacidad extraordinaria de encontrar comparaciones para explicar las cosas de Dios, que no son tan evidentes, a través de cosas sencillas y evidentes de la vida que el pueblo conocía y experimentaba en su lucha cotidiana por sobrevivir. Esto supone dos cosas: estar dentro de las cosas de la vida y estar dentro de las cosas de Dios, del Reino de Dios. Por lo general no explica las parábolas, sino que dice: "¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!" O sea: "¡Está bien, ya han oído. Ahora traten de entender!”.

Por ejemplo, el agricultor que escucha la parábola de la semilla, dice: "La simiente arrojada en el terreno, yo sé qué cosa es. Pero Jesús ha dicho que esto tiene que ver con el Reino de Dios. ¿Qué querrá decir?" Y por aquí se puede imaginar las largas discusiones y conversaciones del pueblo. Una vez un obispo preguntó en la comunidad: "Jesús dice que debemos ser como sal ¿Para qué sirve la sal?" Discutieron y al final la comunidad encontró más de diez usos de la sal. De aquí aplicaron todo a la vida de la comunidad y descubrieron que ser sal es difícil y exigente. ¡La parábola funcionó! En algunas parábolas suceden cosas que por lo regular no suceden en la vida. Por ejemplo, ¿cuándo se ha visto que un pastor de cien ovejas abandone las noventa y nueve para buscar la única que se ha perdido? (Lc 15,4). ¿Cuándo se ha visto que un padre reciba con una fiesta al hijo disoluto, sin decir siquiera una palabra de recriminación? (Lc 15,20-24) ¿Dónde se ha visto que un samaritano sea mejor que un levita o un sacerdote? (Lc 10,29-37).

Así, la parábola empuja a pensar. Lleva a la persona a comprometerse en la historia y a reflexionar sobre sí misma a partir de la propia experiencia de vida y confrontarla con Dios. Hace que nuestra experiencia nos lleve a descubrir que Dios está presente en la cotidianidad de nuestra vida. La parábola es una forma participativa de enseñar, de educar. No de una vez, sino por partes. No hace saber, pero nos inclina a descubrir. La parábola cambia los ojos, convierte a la persona en contemplativa, descubridora de la realidad. ¡Aquí está la novedad de la enseñanza de las parábolas de Jesús, a diferencia de los doctores que enseñaban que Dios se manifestaba sólo en la observancia de la ley! Para Jesús, "el Reino de Dios" no es fruto de la observancia. ¡El Reino de Dios está en medio de ustedes!

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